jueves, 16 de octubre de 2008

CAPÍTULO II. Las Caravanas

Las caravanas-
Siguiendo el ejemplo de los nómadas árabes que acompañan a la caravana en calidad de guías, nos protegemos; mi madre y yo. Ella con su pañolón la cara, dejando la nariz y los ojos al descubierto. Mi tío usó como bufanda un trozo de túnica hecha a propósito para resguardar el rostro. Yo me encontraba arropado, sobre todo en las zonas del desierto del Sinaí. Totalmente cubierto con lo que me servía a tal fin.
Aseguraban los mercaderes que la arena es capaz de infiltrarse a través de la cáscara de un huevo. En unos momentos freían sobre la arena.
Los caravaneros son mercaderes que pueden presumir de generosidad; muy cordiales y abiertos. Su vida errática y en gran parte solitaria, les pide, cuando tienen ocasión, desfondarse hablando y contando mil maravillas. A mí me entusiasma escucharlas por el camino. Algunas recuerdo todavía.
Esas fantasías no sólo se refieren al país que pisamos, sino de aquellos lejanos territorios de los cuales proceden. La vida allí es muy diferente. Los habitantes de allá, llaman a sus países Afganistán, Armenia, Indo, Sédica, Asiria. Reinos al otro extremo de Mesopotamia encuadrada ésta, entre los ríos Tigris y Eúfrates.
Cuando descansan, ya fuera durante el día o de la noche, aprovechan la ocasión para intercalar opiniones, para comentar detalles del largo viaje: del frío, del calor, del agua y el pan. Se agrupan con el fin de defenderse mejor. Precisan la venia de los reyes de los territorios que atraviesan.
Abonan el canon, no muy oneroso, pues de lo contrario realizan el viaje por otros derroteros más económicos. En realidad lo que más les interesa es la seguridad. Las tropas de los reinos que atraviesan les defienden de los bandidos y nómadas que pululan por los desiertos desolados.
Otro itinerario para llegar a Egipto desciende por toda la costa del mar Rojo para alcanzar el Nilo. Una vez atravesado el desierto arábigo, pasan el río en barca y trafican en la isla Elefantina, del Nilo, donde existe una próspera comunidad jedía.
Algunas veces pagan el impuesto al regreso, con un diezmo de lo recaudado. Las rutas reportan a los países que atraviesan pingües beneficios.
Palestina, es desde tiempos inmemorables, un nudo de rutas comerciales. Tuve la dicha de conocer palmo a palmo, en mi constante peregrinación; instaurando comunas y dando a conocer nuestras enseñanzas.
Procuran los gobernantes tener asegurado el tránsito por las rutas. Fomentan la presencia de mercaderes, que con sus conocimientos y objetos diversos, así como el intercambio de productos, enriquecen el lugar.
Hubo un tiempo en que los productos del Oriente más lejano, llegaban por el Mar Rojo y el golfo de Aqaba, así como las caravanas del desierto con sus camellos y dromedarios, cargados de gran variedad de artículos. Pasan por el control de los gobernantes de Galilea, y, Judá.
El intenso tráfico comercial entre la India y el mundo romano es como tantas veces ocurrió en el transcurso de la historia, vehículo para la propagación de sus culturas, tanto sociales como religiosas entre Oriente y Occidente. De la antigüedad del comerciante da idea el hecho de que ya en la época patriarcal, eran los fenicios los traficantes más importantes de nuestras costas.
De los productos que llevan para comerciar con otros, era uno el aceite de las lámparas: no el de oliva, sino uno que transportan en grandes depósitos de cuero con un fuerte olor. Arde con facilidad. En Gilán mana este aceite de una fuente. Hubo años que, con la intención de mantener el precio, prohibieron la exportación del mismo, sin previa autorización del gobernante. Llegaron a llamarle oro negro.
A mi tío, Yasser, le nombraron, ya en el primer día, servicio de vigilancia. Tuvo que acompañar con otro caravanero, como auxiliar, para practicar. Mi tío nunca tuviera práctica en estos avatares. Por la experiencia adquirida, les inspiró seguridad.
Nuestra mayor esperanza es encontrar un oasis, sufriendo en ocasiones imágenes ilusas de contemplar a lo lejos los palmerales propios de algún Uadi o zona húmeda. Cuando así se lleva a cabo, la alegría es inusitada; significa un pequeño respiro en el camino; se pernocta en sus proximidades, acaparando agua para el resto del trayecto. Un pozo en el desierto es representativo de campamentos de caravanas.
- El agua es la vida; la leche de dromedaria o camella, el alimento: la comida se hace con mijo machacado y leche, -les oí decir-. Todas las noches se procede a ordeñar a las hembras.
- Estos animales son capaces de beber de un golpe el contenido de un pozo, de poca cabida. Engullen con facilidad tres cubos de agua, de un peso aproximado a 50 unidades cada uno. Un tanto por ciento muy elevado con arreglo al peso que tengan. Es de admirar la misteriosa facultad de mantenerse sin beber 10 ó 12 días.
- Son muy resistentes a las fatigas del desierto. Animal ideal para largos trayectos por lugares arenosos que se vean forzados a transitar.
El desierto es maravilloso, pese a sus muchos inconvenientes, al menos eso me parece como fruto de mis pocos años. Sus amplios horizontes hacen que la prepotencia y majestuosidad del Sol saliente por las mañanas, impresione.
- Los egipcios adoraban al majestuoso astro, al que llaman Ra.

Egipto a la vista.
Alcanzamos la frontera egipcia tras arduas noches y días. Yo creo que cuando llegamos allí, yo tenía cerca de siete años. Contrataron los servicios de una marisabidilla; a cambio de un bonito regalo de las riberas del Indo. Nos encaminó con gran destreza hasta los límites nacionales entre el reino de Herodes y el de los antiguos faraones. Pese a ser provincia romana, por disposición del Senado de Roma, siendo emperador, Augusto Octavio, los soldados romanos brillan por su ausencia.

En determinados puntos de la frontera concentraban las legiones y así fueron naciendo poblaciones alrededor de ellas. Ningún soldado romano nos recibió y sí egipcios que nos acogieron con agrado. A mis padres protegían los mercaderes. En previsión ocultaron, para que no fuésemos identificados como israelitas huidos. Donde dividen el camino el grupo, dio por finalizada su asociación comunitaria. Repartieron las posesiones que constituían el común. La vida entre ellos tenía un claro exponente de libertad y participación igualitaria. Se reunieron en asamblea. Se dividieron en dos grupos, confirmando el destino de cada uno. Quien se encamina directamente a través de los lagos Amargos al puerto de Alejandría, donde deben embarcar com los productos que llevan a Roma. El otro marchó por las rutas del desierto del Sinaí, hacia la región de las tribus de los nabateos. Embarcan en el Mar Rojo, y siguen hasta la isla Elefantina en el Nilo.
------------
Reunidos, meses antes, en nuestra tienda en el campamento instalado cerca de Gaza, Yasser insistía en que yo era descendiente del rey David por línea directa. Me pertenecía el reino de Israel. Siempre le contestaba yo:
- ¿Y eso qué es? ¿Para qué tengo de ser rey?
Me contesta sin titubear:

- Para bien del pueblo de Él.
Así fui creciendo, sin más preocupaciones que las propias de la edad: correr, apoderarme de lo que me gusta y sobre todo encontrar el regazo de mi madre donde me cobija. Vivales, sí que lo era. Pero no tanto como ciertos detractores o mal informados aseguran de mí. Los hubo que levantaron falsos testimonios sobre si destruía con malas artes una alfarería; o si maldije a un niño egipcio, por tirarme el agua de un supuesto hoyo hecho en el suelo, y murió. Otras tantas barbaridades, que mis discípulos y amigos siempre tuvieron por calumnias, o difamaciones cuando partían de un hecho real; pero insignificante.
Apasionado por naturaleza, que considero como un desvío de mi ser. Nunca como un componente de nuestra alma humana. Tan nefasta inclinación para la convivencia con nuestros semejantes, modifiqué con educación, desde la más tierna edad. Lo que advertí estando años más tarde, en la escuela de la comunidad de los esenios en Qumran.
Si me quitaban algo, luchaba desesperadamente, y, ataco si puedo vencer. Es temeridad luchar contra las adversidades. Siempre he rechazado este natural del hombre y de otros seres vivos. Parece ser que transmiten este desvío, de generación en generación. Desde cuando era indispensable luchar por la supervivencia. Considero más sensato evitar males mayores. Es más lógico un razonado comportamiento, yendo al encuentro de lo posible. Imitando a las gentes humildes con su actuación resignada y solidaria.
Cuando atravesamos la península del Sinaí, parcialmente montañosa, pasamos cerca de la llamada, por la tradición, montaña de Dios. En ella Moisés hizo brotar agua, con su vara, dando un golpe en la roca a iniciativa de Yahvé.
Este excelso conductor del pueblo hebreo recibió personalmente las tablas conteniendo las Leyes de Yahvé, su Dios. Dijo Moisés a su pueblo según el Éxodo, 3, 15:
- Dirás así a los hijos de Israel: Yahvé, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, me envió a vosotros. Este es mi nombre para siempre, éste es mi memorial para todos los siglos.

Los esenios, tenían instalada la comunidad en Hebrón, cerca de la tumba de Abraham, en la caverna de Macela, en el campo de Efrón, éste hijo de Seor, el jeteo, enfrente de Mambré, entonces tierra de Canaán.
Es el campo que Abraham compró a los hijos de Jet: donde le enterraron, y, a su mujer, Sara.
- Abraham con su ganado y sus siervos llegó con su mujer y familia a las tierras de Egipto, al norte, en el lugar donde se instalaron los filisteos.
Habitó como forastero en Guerar: zona costera entre Gaza y el monte Carmelo, donde reinaba Abimelec. Y donde Elías ofreció su sacrificio.

En las arenas del desierto, hice mis primeros signos de letras e imágenes. Delineaba un círculo en los primeros meses. Fui progresando en las figuras de rayas de significado concreto. Llegué a trazar imágenes unidas con cuatro rayas, y posteriormente con tres. Se entretenían los mercaderes en ayudarme en mis dibujos. Sédica es otra nación que mantiene una escritura no alfabética, tan complicada como la del antiguo Egipto.
Mi padre adoptivo, Yasser, se admiraba de los progresos que realizaba. Tenía entonces yo, en perfectas condiciones el oído y la visión, lo cual constituía un signo favorable para el estudio.
No podían considerarme un niño retrasado, nunca lo fui. Antes de los ocho años sabía leer y escribir en demótico, así como algo en arameo y hebreo. Perfeccioné años después en Israel.
En las escuelas egipcias, guiado de la mano de nuestro muy entrañable amigo, Sinuatón, practiqué la escritura sagrada de imágenes. Los escribas graban en tumbas y monumentos importantes. La calidad de mi madurez intelectual, de los sentidos y el movimiento como un joven sano y deseoso de vida. Me facilitó el estudio de lo grabado, que la lectura vino después, como consecuencia de aquello. Seis o siete años tenía cuando empecé a despuntar en la escuela. Más tarde decía, el egipcio, Sinuatón: es la edad apropiada para iniciar el estudio de la lectura y escritura jeroglífica, o sea, de figuraciones. Convenció a mis padres para que me llevaran a la escuela, y, solicitaran mi inscripción.
A los siete años mi madre me dijo: "Ya tienes cuatro muelas". Con los seis tuve los incisivos inferiores y a los ocho los superiores; a los nueve años completé los incisivos laterales. Cuando llegamos de regreso a Israel, a los doce años, ya fui con cuatro molares y los cuatro segundos molares. A los once me salieron los caninos.

Me mantenía bien de salud: Dormía plácidamente, no así Yasser que, por las noches tenía que atisbar las incursiones violentas de los nómadas. A los ataques por sorpresa de bandidos que asaltan caravanas. Mi madre vigila mi sueño. Según comenta, el mercader de la seda, Cheung, cuando íbamos por el Sinaí, dijo a mis padres:
- "Como niño, necesita dormir o permanecer inactivo cerca de once horas diarias. Mantener el periodo de descanso es fundamental para su edad. Las consecuencias se apreciarían pronto".

Por la tarde, mi madre procura acomodarme para que esté a gusto, y me sea provechoso el sueño. Es necesario, decía ella, mantenga la costumbre de dormir. Los niños educan el sueño y se condicionan a la repetición del mismo.
La violencia es innata de toda criatura. En años posteriores, asimilé sin contemplaciones las enseñanzas de falta de violencia. Las mismas que defendía entre otros grandes hombres el faraón egipcio Akhenatón, de nombre oficial Amenofis IV. El indio Buda: fue uno de los hombres más sabios del Oriente.
- Esos primeros cinco años, en la edad de los infantes, son decisivos en el crecimiento, en la época que todos queremos saber del mundo más, para hacerlo todo nuestro, incluso intelectual, -decía con mucho énfasis Ibsalaín, quien comenta con mis padres, la experiencia que él tiene con los niños de la escuela que visita en su país.
Días y noches teníamos intranquilos durante el trayecto por el desierto del Sinaí. Las incursiones de facciones peligrosas rompían la hora del sueño. Las vigilancias de, Yasser, eran penosas y cansaban. Pronto, no obstante, se recuperaba. Hacen en menos tiempo los relevos, con el fin de tener todos más horas para dormir.
Decían a mis padres:
- No se llama Buda, sino Gautama. Nació hace muchos años. Implantó unos precedentes de comportamientos justos en busca de la Verdad. La palabra Buda quiere decir inspirado.
- ¿Qué es la Verdad?, -me atreví a preguntar a los veintidós años, cuando emprendí el camino a Oriente.
- Ves, Joshua, esa es una pregunta capciosa. Si supiéramos dónde esta, y qué es, dejaría de ser la Verdad. Ella sólo significaría el conjunto de acciones nobles, capaces de sentar la felicidad eterna. -; Me señaló mi nuevo amigo Cheung.
- Podemos hacer preguntas viciosas sobre lo que concierne al mundo: su origen, su carácter finito o infinito, eterno o no eterno. Si te contestara a ellas seguro que no te liberaría del sufrimiento.
Otro de los componentes de las caravanas, me afirmó:
- Entonces, ¿cómo puedo llegar a liberarme del sufrimiento? ¿Buda os dejó los medios?

- Buda dijo: donde falta la paz interior, ahí está el sufrimiento.
- Quienes pueden arte enseñanza son los monjes, -dijo otro. Si te decides a seguir con nosotros, tendríamos mucho gusto en presentarte a más de uno.
Silencié, pues no sabía el destino que pronto tenía reservado.
Por el desierto del Sinaí encontramos tamarindos en cuyos frutos ciertos insectos producen una sustancia que al caer al suelo se solidifica como panecillos. Fáciles para tostar, y, comer como hicieron las huestes de Moisés con el célebre Maná de la Biblia. También en nuestras manos contemplamos el liquen del Sinaí, también comestible.

Tardamos en separarnos, pues demoraron bastante la distribución de los bienes que a cada grupo correspondía. Desde su punto de origen cada uno sabía lo que en realidad tenía en propiedad. Fueron adquiriendo artículos merced al trueque que ejercían en el trato comercial mantenido con los pobladores de los territorios por donde pasamos. Originó una comunidad de bienes a distribuir, al final del trayecto.
Mi madre decía precavida:
- Soldados romanos aquí habrá que nos pueden detener.
No tienen los de este pueblo relaciones directas con Herodes Antipas. Nadie nos molestará, -le dijo mi tío. Existe un grupo muy importante de hebreos refugiados a las orillas del Nilo y respetados.
Unos proceden de la época en que un número muy importante de israelitas habitaron en los campos de Egipto de siglos pasados, que se vieron como nosotros obligados a huir y encontrar refugio en otros países. Hay muchos zelota que consiguen evitar ser prisioneros en las escaramuzas que tienen con los romanos. Separados del grupo, se refugian al otro lado de la frontera.
Escuché una conversación bastante morbosa entre mi tío, o padre putativo, y mi madre:
Dijo ella:
- ¿Por qué tu hermano, Judas, no huyó?
- No le fue posible. Ten en cuenta que bajo su responsabilidad y mando tuvo un grupo muy importante de luchadores por la libertad. No pudo dejarlos abandonados. Él fue el último en rendirse, para evitar males mayores a grupos fieles.
Era todo un legítimo descendiente del rey David. Mi padre, Judas, fue el primogénito, el que hereda privilegios que le dan prestancia.
Se lamenta mi madre:
- Triste fin el de Judas. El Señor le tenga en la gloria.
Respondió Yasser:
- Que Él te oiga.

- Hasta cuándo será este periplo, -dijo mi madre.
- Hasta que dejemos de pecar contra Él. Nuestro pueblo se aisló de los dictados de la ley de Moisés. Olvidamos a diario las profecías de nuestros más preclaros profetas. Guían los pasos del pueblo hebreo. Pese a todo, hemos de volver a Palestina, cuando el chico cumpla los doce años. Presentaremos en el Templo como primogénito. Escrito en las Sagradas Escrituras.
- Seis años, largo tiempo, -dijo ella.
- Lo principal es que estemos bien y a salvo el muchacho.
Dijo mi madre bajando la voz, bastante temblorosa:
- ¿Crees que le harían daño?
- Estamos seguros, mujer; pero ten confianza en los designios divinos.
- ¿Sólo por ser hijo de Judas de Gamala?
- Dí mas bien, por ser descendiente del rey David. Antipas tiene mucho interés en eliminar a todos aquellos que puedan atentar contra su reinado, y, descendencia.
Una de las formas de vida que más impresionaron a Yasser, de estos amables mercaderes, fue la comunidad de servicios. Todos participan en la defensa del grupo. Cada cual se obliga a intervenir en la vigilancia y defensa del campamento.

Quedó grabada en mi memoria el nombre de Chagan, sin saber de donde era esta aldea. Tuve constancia fehaciente de su ubicación en el mundo.
En aquellos años la veía como la ciudad ideal, por las preciosas reliquias que portan los mercaderes. A mi madre le entusiasma ver desembalar los jarrones. A mí los muñequitos de jade.
Prestaba atención a la forma que cocinan los de Sédica. La comida que preparan es muy sabrosa y de una variedad sorprendente, con artículos de la zona por donde pasamos. Verdaderos milagros con las salsas aliñadas.
De Buda hablan sin cesar, muchos de esos viajeros. Mis padres no tenían idea de tal personaje. Fue de tal intensidad el conocimiento que adquirían de esos seguidores de las doctrinas del gran profeta que, al fin llegaron a admirarle. Quedaron grabadas en mi mente, -la cual nacía inmaculada de entendimiento y razón- sensatas doctrinas budistas. Mezclan en perfecta simbiosis las del hinduismo; al parecer de amplio seguimiento en el país del cual proceden. De países bañados por las aguas de un río de mayor envergadura, que nuestro Jordán. Comprobé no tardando muchos años.
Al tiempo que hablan, divulgan las doctrinas que tienen por sagradas. Buda renunció a sus muchos bienes. Al bienestar, y, dicha en compañía de su esposa, hijo y padres. Desistió de sus posesiones para entregarse a los demás y encontrar la forma de dominar el deseo y el dolor.
A solas, al calor del recogimiento nocturno de nuestro hogar, sin techo ni paredes, al aire libre de la noche del desierto, comentan en hebreo, que también ellos conocen la verdad del judaísmo.
- ÉL rige nuestros destinos, -dijo Yasser- y a Él tenemos de ser fieles, bajo pena de ser castigados severamente, en igual medida al pecado cometido.
Preparan los caravaneros, así como los árabes contratados, una estupenda bebida con agua bien caliente y unas hierbas que echan en la misma y se toma a sorbos.
Las pocas mujeres que hay en la caravana se agrupan alrededor de mi madre. Una jovencita endeble, ingenua y desconocedora de estos avatares. Es la que más necesita apoyo en la dura marcha. Mi madre, pese a ser fiel seguidora de la Tora, estableció buena amistad con la samaritana. Olvida los odios del pasado; los cuales, siguen en Palestina atizando los saduceos, los fariseos, y, esenios.
Con diligencia le facilitó unos calzones para que me los pusiera y preservara mis partes.
Entre nosotros hay un mercader romano, quien lleva buen número de artículos para embarcar en Alejandría. En su comitiva van cuatro siervos, mi tío llamó esclavos.
Ya en el Sinaí se aprecia el desmenuzamiento de las rocas, por su parte inferior, que al decir de los mercaderes producían fantasmagóricas formas. Algunas como hongos colosales y otras, picos enormes. Sobre los cuales me decían mis padres:
- Joshua, allá al fondo, en aquellas alturas que observas, el Señor entregó a Moisés, el Decálogo.
- ¡Ah, bien! -Pensaba yo, sin comentarios.
Contemplamos restos de árboles petrificados, de una longitud inusitada. Cosa diabólica nos parecía la creación de aquellos trozos de rocas simulando árboles, por desconocer el cómo y el cuándo de su colocación en el desierto.
Comimos la rica miel silvestre. Según Chuang, la sustancia dulce que posee favorece el crecimiento muscular. Las langostas comestibles de los desiertos, no emigran. Tienen un enorme poder reproductor en su vida sedentaria. Su carne aporta productos favorables para nuestro sustento.
Las langostas emigrantes no paran en los lugares calurosos, como en los desiertos arábigo y del Sinaí, o como Egipto. Son arrastradas por los vientos fuertes del sur. En bandadas, por lugares templados, arrasan toda vegetación que encuentren a su paso, para su alimentación.
Resinas olorosas, masticables, del árbol bíblico. Las aves que, en grandes grupos surcan los cielos, eran fáciles de cazar. En bosques de grandes elevaciones calcáreas teníamos a nuestro paso los frutos de los árboles.
Saborear el fruto tan exquisito y los líquenes del desierto, era una delicia. Competían formando parte del maná de los dioses. Se arrancan de noche, y días después brotan con tanta lucidez como antes. Cocinados como panes constituyen un alimento bastante completo.
Todo estos bienes fortalecieron mi cuerpo; mis conocimientos se fueron incrementando con las lecciones magistrales de Ibsalaín; la bondad de los lamas. Las palabras oídas a los comerciantes de varios países. Sobre todo, la paz que disfrutaban mis padres.
La huida de Galilea, y los meses caminando por territorios desolados, desérticos, tenebrosos, e infectados, ayudaron a mi desarrollo mental. Mi crecimiento físico fue, por lo visto, en aumento, en lugar de retrasar. Los campos de animales venenosos y fieras, y con un sol abrasador. El trato con los mercaderes alimentó mi espíritu. Fue maravilloso y buena nota tomamos de su promesa. Con los años tuve ocasión de volver a verlos; no a todos, que en el camino muchos quedaron.
La unión que mi tío llevó a cabo con mi madre, a la cual entró, con esponsales. Bendecidos por el cielo y la tierra, en el amplio espacio del desierto del Sinaí: Abajo nosotros, y las estrellas con sus guiños arriba. Una brilla constante todas las noches en el amplio firmamento azul, en compañía de los buenos mercaderes, bajo cuya protección encontramos cobijo.
Bendición obtenida por mí, cuyo cariño hacia Yasser se transformó en verdadera adoración como padre. Jamás puso su mano sobre mí, ni a mi madre: motivos di; pero siempre encontré en ellos complicidad en mis trastadas de juventud.
Trastadas que en una ocasión llegaron al colmo y no comprendo como entonces no les impulsó a darme una buena azotaina.
Yasser de natural muy cariñoso, pacífico en extremo, todo lo contrario de mi padre Judas ben Jacob, según mi madre.
No sólo conmigo, sino con mi madre y los niños de la vecindad, que le tenían mucho cariño. Yasser es natural de Corazoín, en tanto mi padre nació en Kefar Nahum, como yo.
De mi madre, ¡qué voy decir! Para mi no tiene defectos; es ella todo amor, dulzura y protección, en cuyo regazo tantas veces me cobijé. Pero, no es que lo fuera por ser mi madre: Es un alma angelical a sus dieciocho años, sin más mundo que el horror de las torturas y el contemplado por los desiertos, en nuestro camino hacia Egipto. A los trece años me dio a luz a los nueve meses de haberse casado con mi padre Judas de Gamala.
Durante el viaje, camino de Egipto, mi madre siempre estuvo atenta de mí y de mi tío. Le llamé padre desde el instante que entró a mi madre. Jamás la oí comentario alguno que, denigrara a mujer conocida o persona alguna.
Siempre tuvo un motivo, que justificara el comportamiento de sus vecinas y conocidas. Si alguna pecó, encuentra una disculpa, motivada por la sociedad en que vivimos, de espaldas a las leyes de Él.
Ibsalaín, oriundo de Bactria, del reino de Sâkiya, a medio camino entre Mesopotamia y el país de la seda, me dijo una noche de descanso en el oasis, del Sinaí:
- Muchacho, la mente constituye el sexto sentido de nuestro cuerpo. Su objeto son las ideas.
El nombre de su ciudad, no sé si me dijo Buddhagaya o Kusinârâ o Vesâli. Me habló de ellas cuando me distrajo contándome historias basadas en los sensatos pronunciamientos de Buda.
- En sánscrito, -me decía- se llama udâna.
Yasser le informó:
- En Erezt Israel, se llaman parábolas.
Refiriéndose a él, me dijo que era "upâsaka" o sea, devoto laico, y que su mujer "upâsika", devota laica.
Yasser preguntó a Ibsalaín:
- Y los sacerdotes de esa religión, ¿cómo se llaman?
- Bhikkhus, los monjes budistas y bhikkunis, las monjas.
Me agrada verle como se sienta sobre las piernas dobladas.
Repitiendo muchas veces para que le comprenda bien, dijo:
- Me siento en el suelo con las piernas cruzadas, "pallanka". En yoga se llama esta forma de posicionarse para adorar: "padmâsana". Es la forma como los monjes y devotos budistas realizamos ejercicios espirituales.

Con el cuerpo erguido, concentrados sobre nuestro interior.
Pidió hiciera yo lo mismo: Cruzara las piernas, me sentara, con el cuerpo enderezado, concentrara mi mente sobre alguna idea, objeto, pensamiento o persona. Me enseñó a meditar, sometiéndome a estar silencioso un gran momento. A sostener profundamente la respiración. A eliminar ciertos deseos malos y pensamientos inmundos. Limitando los buenos deseos, a estar satisfecho del mundo. Aislándome del entorno en que me encontraba.
Desaparecen todas las dudas del brahmán que medita con fervor. Descubre, que todo tiene una causa.
- Los muchos días en su compañía, con las caravanas, aproveché mucho; y muy bien, en el aprendizaje de algunas palabras sánscritas o palis.
En particular me instruyó bastante bien en la forma de concentrar mi mente.
Me aconsejaba evitara malas compañías. Me empeñara en alcanzar el bien y la verdad. Repetía mucho, practicara la meditación.
El samaritano me leyó en arameo párrafos del maestro judío Hil-lel, quien enseñaba a mantener la bondad y el amor al prójimo. Del que nunca insinuaron fuera un mesías, porque su noble carácter, no encajaba en el de un general en armas, dispuesto a emular a los macabeos. No encaja su carácter con la violencia propia de un salvador armado. Murió el décimo año de mi nacimiento.
Ese pensamiento y el personaje que lo sustentaba quedaron clavados en mi memoria. Procuré dedicarme al estudio de esas enseñanzas, con la ayuda del egipcio Sinuatón.
Estos ejercicios, que como juegos a mi edad infantil realicé, me instruyeron mucho.
Lo que repetía mi maestro en teología budista, cuando se dirigía a otro compañero, a Yasser o personas mayores: la palabra "bhagavant", señor en lengua pali o sánscrita. De aspecto rudo, de alma tierna. Manos callosas de haber trabajado mucho, raspan cariñosamente cuando las pasa por mi pelo. Inteligente, sin duda, recibió cultura sabiendo escuchar a los demás. Formó parte de la caravana, cuando los mercaderes de la seda le propusieron ir con ellos en el grupo que tenían intención de llegar a Alejandría, con mercancías. Aceptó y no tuvo más que dos días para formar su patrimonio viajero con verdaderas maravillas del país del Indo, primorosamente trabajadas.
Tenía un gran interés en enseñarme costumbres de su país. Me enseña cómo a los niños de mi edad, jugando con la arena que nos servía de soporte de figuras muy simples, y contándome historietas de su país.
Procuró acercarse a mi tío y con él conversar sobre diversos aspectos de la vida en su país. Yasser evita entablar discusiones sobre religiones. No quiere saber nada de los paganos, Por los ídolos que adoran, causantes de tantos males al pueblo hebreo.
Ibsalaín conocía el arameo.
Enseña palabra de Buda.

- Voy a contarte, muchacho, una de las narraciones que en mi tierra repiten. Referente a los tiempos y vida de Buda, a sus palabras y doctrina. Hablaré de un proverbio de Buda.
- ¿Quién es Buda?, -le pregunté yo.
- Le conocerás a través de la narración que te haga, -y continuó:
- Sakka es uno de los nombres que en sánscrito damos los indios a Idra, el dios más importante de la religión antigua de la India.
- Acaso la budista, -digo yo.
- No, Joshua, no es la budista, sino otra anterior. Te ruego prestes atención y no me interrumpas. Este, Idra, vio al venerable Mahâkassapa llegar a la ciudad de Râjaga a pedir limosna acercándose a él. Tras saludarle con las palmas de las manos unidas, -añjali- le invitó a tomar arroz cocido.
- Así, Ibsalaín, -digo colocando las manos como me enseñó con anterioridad.
- ¡Déjame, déjame! Tomándole la escudilla la llenó de arroz cocido, condimentado con especias, y con varias salsas de sabores tan deliciosos que le hizo exclamar al monje budista:
- ¿Quién es ese ser que tiene semejante poder mágico? -al comprobar lo extraordinario del servicio.
- ¿Será Sakk?, -pensó el bhikku, el señor de los dioses. Con el mayor atrevimiento, el bhikku Kassapa dijo:
- ¡Oh, Indra! (nuevo nombre de Sakka) ¿tú has hecho esto? No vuelvas hacer algo semejante.
Contestó el dios Sakka:
- Nosotros también, oh, señor Kassapa, tenemos necesidad de hacer méritos.
Buda atento al sentido del suceso, emitió el siguiente juicio:
- Los dioses envidian al bhikku, que vive sólo de limosna. Se sostiene a sí mismo, que, no alimenta a otros: sereno y siempre atento.
Por el silencio que mantuvo Yasser, adiviné que no le convencía mucho lo oído de Ibsalaín. Una de las anécdotas que recuerdo de estos viajes por los desiertos, se refiere a la comida. Tenían prohibido llevar carne de cerdo por el desierto porque se corrompe rápidamente. Quizá es el motivo, y así me asegura Yasser. Moisés desechó al cerdo como animal impuro, y los árabes también lo tiene así calificado. A Cheung, le gusta mucho, asegurando que en su territorio es muy apetecido por las familias.
Al salir de Persia procuró, -por recomendación de los más experimentados en estos viajes- no llevara consigo embutidos de esta carne. Posible hostilidad de los autóctonos de Palestina y Egipto, y de los que constituíamos la caravana.
Nos dirigimos con el primer grupo hacia Alejandría
A cada paso admiro ensimismado, de lo que mis ojos contemplan: Grandes construcciones y canalizaciones que cruzamos en nuestro camino. Mis padres también se entusiasmaban, en particular, por la seguridad de estar en territorio donde no se veía ni un esbirro de Herodes Antipas, que pudiera perseguirnos.
Herodes Arquelao, el más sanguinario con los judíos, fue depuesto de su cargo a los diez años de su gobierno. Antipas duró cuarenta años, lo que indica que su comportamiento fue más suave con los hebreos.
Se fue apoderando de nosotros una confianza, que aun cuando en ello radica el peligro, dan mucha moral a mis padres. Se les veía más alegres que en el territorio de Galilea.
Pocos pobladores nos encontramos a nuestro paso. Los guías de la caravana conocen a la perfección el terreno que pisan. Nos cruzamos con policías egipcios; en su mayoría gentes del sur con largos palos; al cinto armas y acompañados de perros feroces. Vigilan las rutas apenas conocidas, y, peligrosas del desierto arábigo. Los orientales comentaron la necesidad de que nos mantuviéramos atentos y vigilantes. Hay que evitar sorpresas, de correrías rápidas e imprevistas: bandidos. Criminales refugiados en la soledad de los amplios espacios azotados por el viento.
Una red viaria con estaciones de descanso y pozos de agua construyeron los faraones, -decían los experimentados viajeros- aprovechando los torrentes, y lechos secos de antiguos cursos de agua. Favorecía el transporte de minerales principalmente de oro, desde Nubia. Los caminos que seguimos, al borde del río, están hechos con la tierra extraída para la construcción de canales. Tierra batida y pisoteada, no sólo por los campesinos de las riberas del Nilo. También por quienes en carruajes van a inspeccionar las propiedades. Transforman estos caminos en carreteras para el tránsito de caravanas y transeúntes.
Ya dentro del país del Nilo, nuestro borrico se engreía. Ya no era el animal minimizado, atosigado por la majestuosidad de los dromedarios. Por la elegancia de los caballos; por la ruda grandeza de los asnos que componían la caravana. Manifestaba su alegría rebuznando a los de su misma familia. Atrás quedaron los asnos tan grandes a los que consideraba de otra especie equina.
Ya alejados de Palestina, recordaban mi madre y mi tío Yasser los territorios que se vieron rozados transitar ar evitar encuentros con los romanos, aún peores con los esbirros del Sanedrín. Pasamos por Galilea, Idumea, lugar situado en las costas del Mar Grande, que llamaban Samaria, enemigos de Judea, cuyos habitantes llamados judíos, nos ee llevaban buen estos con los samaritanos. Con infinita nostalgia mi tío bendecía los campos fructíferos de Galilea, reino. Me decía que allí teníamos viñedos con hermosos racimos de uvas, olivos donde se conseguía aceite. Huerto con suficiente agua.

-------0---------------

CAPÍTULO I. La infancia y la huida a Egipto

La infancia y la huida a Egipto.
¡Oh, tu mi querido hijo!
¡Que el Sol que bien te alumbre, tu vida te inspire!
Recibe estos pergaminos con el amor que te tengo.
O
De mis primeros años de vida, sólo recuerdo las citaciones que mi madre me hizo de los días de mi infancia. Me quedaron grabadas las huellas del paso del tiempo. Me rodearon atroces momentos vividos y sus circunstancias.

En realidad era un niño privilegiado. Con una memoria, que aún conservo, capaz de retrotraerme a la época de los pañales. Hice míos los recuerdos de mi madre. Me imprimió: narraciones de hechos dramáticos que asolaron

Erezt Israel. Me distrajo por la forma en que los relataba. Su base siempre referida a la vida cotidiana del pueblo hebreo.
Mi padre natural, Judas de Gamala, y mi madre, María, me inscribieron, a los ocho días de nacer, en la sinagoga de Séforis, como hijo primogénito. Sinagoga es palabra griega que significa
Asamblea conjunta.

Los doctores cortaron mi prepucio, como signo de genuino hebreo circunciso.
Mi padre insistió me reconocieran descendiente legítimo por linea directa del rey David. Cuya línea sucesoria dieron por perdida después del exilio babilónico.

Presentó una lista de la genealogía de nuestra rama real. Partía del padre del rey David: Isaí ben Obed.
Yasser y su hermano Manasés ben Jacob mis tíos, así como mi padre, son hijos de Judhi, a la vez hermana de Salón. En esa lista genealógica no figuran mujeres, ni mis tíos.

En la sinagoga de Galilea, mi padre, Judas ben Jacob, me cogió en sus recios brazos. En compañía de mi tío, Manasés, y de su amigo y colega sacerdotal el oficiante; ellos fueron testigos de mi presentación en el Templo.

Días antes lo hicieron con mi primo Jonathan ben Manasés.
Iniciaba la lista el rey David ben Isaí. Sigue en la lista su hijo Salomón. A continuación Roboán, Abias, Asá, Josafet, Jorán, Ozias, Jotán, Ajaz, Ezequías, Manasés, Amón, Josías. En total catorce troncos davídicos.

Con Josías, fariseo, inician nuestros antepasados el cautiverio en Babilonia.
Luego de la lisrta de David, anotaron otros catorce con derechos, hasta mi padre Judas ben Jacob, cuya lista cerró con mi nombre: Joshua de la casa de Israel.

Nací, en el año 776, de la primera olimpiada, cuando Augusto Octavio regía el imperio romano. En el año 748 de la fundación de Roma, la cual tuvo lugar el día 21 de abril del tercer año de la sexta olimpiada.

Se cumplía el año 3820 del calendario hebreo, desde el día que Yahvé creó el mundo en seis días.
Estábamos en la llamada paz romana y a Roma le interesaba que Palestina se mantuviera tranquila: por ser nudo de comunicaciones del Imperio.

El pueblo comentó de Herodes el Grande:
- Su enfermedad Mes de las que corroen el interior del cuerpo. Destroza los pulmones, con grandes sufrimientos.
Los hebreos olvidándose de la misericordia a que estaban obligados por su pasado, hacían alardes de satisfacción. No pensaba que a su muerte, su hijo heredero, Herodes Arquelao, rey de Judea con Jerusalén capital, Idumea y Samaria, demostró mayor crueldad. Persiguió con dureza a quienes pretendieron librarse del yugo romano.
Herodes I consiguió una extensión territorial para Israel próxima a la del reinado de Salomón. Este fue mayor al de Herodes pues alcanzó Damasco, el Autilibano, Araim Dammesco, Negeb, Edom, parte del desierto arábigo, Moab, Ammón, y el Desierto de bersabee.

Reinando Salomón, en Palestina, en Egipto el faraón solo reinaba en el Delta del Nilo, en el Alto Egipto, En Tebas gobernaban los sacerdotes de Amón. Poder que tomaron al derrocamiento del reinado de Akenatón, Amenofis IV y subida al trono de Tut ank Amón.
Moisés con este suceso huyo con un importante grupo de correligionarios que com,o él seguían la adoración de Atón, con detrimento de Amón que seguían los sacerdotes.

El faraón buscó la alianza con Salomón, casando a una de sus hijas con éste. Para los israelitas este matrimonio significaba una victoria de prestigio social, al emparentar con la familia del faraón.

Judea gozó de cierta autonomía en su política interior, con jurisprudencia propia. Con derecho a cobrar impuestos a sus habitantes.
Las atenciones dedicadas por las autoridades eclesiásticas palestinas a los emperadores de Roma exacerbaron al pueblo judío. Fomentaron el odio que, le tenía. Levantaron construcciones, hicieron alabanzas, grabaron sus imágenes en monedas y estatuas. La Ley mosaica prohibía la producción de imágenes. Dieron nombre de Antonia, a la torre de la fortaleza del castillo, en honor del emperador romano Marco Antonio.
Mi padre, Judas ben Jacob, también llamado Judas el Galileo, nació en el otro lado del río Jordán; en el Golán, en el pico de águila: Gamala. Mi padre mantenía de su linaje el empaque de la realeza davídica. Como jefe militar del grupo de guerrilleros de las montañas de Gamala, estos le obedecían ciegamente.

Le consideraban el jefe natural de las tropas de Galilea. Aquellas que a duras pruebas conseguía reunir entre los escasos hombres del país.

Mi madre, era hija de Sofonías, hijo de mi tío Manasés ben Jacob; éste a su vez padre de Anabel, esta madre de Jonathan primo mío.

Manasés era sacerdote de la clase Aba; la componían 24 personajes. Se relevaban cada semana en el servicio de la sinagoga.
Los romanos crucificaron a su hermano, Ismael ben Jacob, cuando fue hecho prisionero en las escaramuzas que, los israelitas mantuvieron con las tropas invasoras de Galilea.
Otro hermano, Isaac ben Jacob, logró escapar de la refriega y refugiarse en territorio de los nabateos, cerca de Petra.

Anterior a David y como primer rey de Israel, después de los llamados jueces, fue Saúl. Éste no hizo caso a Yahvé, se apartó de sus leyes, visitó a la nigromante y en castigo le derrotaron los filisteos. En el sermón de la sinagoga de Séforis decía el sacerdote:
- Saúl dijo a su escudero: desenvaina tu espada y traspásame con ella, no sea que vengan esos incircuncisos y se burlen de mí.
Le sucedió David, vencedor de Goliat y los filisteos.

Salomón.
David en su lecho de muerte entregó el poder a su hijo, Salomón, tal como prometió a su mujer.

El buen gobierno de Salomón ben David, con el enriquecimiento del país, las fantásticas minas; las visitas de la reina de Saba, con la que tuvo varios hijos; los juicios llenos de sensatez y ecuanimidad con su pueblo, le granjearon la fidelidad de toda Palestina.

Por tradición los judíos son enemigos de los israelitas desde el gobierno de Salomón, cuando dividió el reino entre sus dos hijos: Israel y Judá. Así se crearon dos entidades distintas: la de los israelitas y la de los judíos.

Las fuerzas romanas y los de Judá estaban empeñados en aniquilar, a descendientes en línea directa de David por temor a que pretendieran instaurar nuevamente el reino israelita.

El censo.
Roma instituyó el empadronamiento en Apamea, territorio de Siria, por orden de Cirino que mandaba en Siria. El censo alcanzaba no sólo a las personas, sino también al ganado y demás bienes. Instaurado en Palestina limitó la libertad de movimiento del pueblo hebreo. Provocó una sangrienta revuelta, por entender los judíos que atentaba tal disposición a las Sagradas Escrituras. Transgredía este decreto la tradición: no era lícito controlar el nacimiento y el origen de las familias.

Muchas veces al no encontrar al zelote, guerrillero, hebreo adulto. Inculpados de atacar a las huestes romanas, sacaban de sus casas a muchachos jóvenes, poco más de 15 años. Presuntos enemigos, para que suplieran en los maderos a sus progenitores. Refugiados estos en las montañas de difícil acceso.

Los legionarios romanos ejecutaban en represalia a estos hijos de los heroicos guerrilleros.

- Estos retoños mañana serán hombres y nuevos guerrilleros.
Al servicio del Sanedrín
-máxima aurtoridad judía-
figuraba Saulo, quien participó en la lapidación de Esteban, primer mártir lapidado de los seguidores del que llamaban el Mesías.
Aunque en estos años surgieron muchos que pretendieron ser mesías.

Luchas desmesuradas sucedieron a causa del censo. El pueblo hebreo protestó. Sus luchadores se lanzaron a las calzadas a tender una emboscada a los legionarios romanos.

Los patriotas desde los picos altos de Gamala, cayeron abatidos por la mayor disciplina, mejor armamento y estrategia precisa de las fuerzas romanas. Mi padre, tenía valor exagerado. Fue llamado el Héroe del Censo.
En el transcurso de la historia de Israel, hubo más días de guerra que de paz.

Herodes Antipas gobernó. Galilea y Perea. No se quedó a la zaga en ser fiel a Roma. Perseguía a todo judío o israelita, que pretendiera liberar a Palestina del yugo extranjero.

Filipo tenía el gobierno de Gaulanítide, Batanea, Traconítide y Aulanítide. Con esta división del reino se produjo el mayor mal que pudo caer sobre Palestina, al dividirla Herodes el Grande entre sus hijos.

En mi presentación en la Sinagoga de Séforis, mis padres ofrecieron al Templo, en sacrificio, dos tórtolas y dos pichones para el acto de circuncidarme. Dentro de los templos siempre hay alguien que se dedica a alabar al recién incorporado, nuevo prosélito.
Mi madre me instruía camino de Egipto:

- Hijo, en el Templo uno de los sacerdotes que recibió nuestra ofrenda predijo de ti lo que ya todos sabíamos: un digno descendiente del rey David.

Hasta una profetisa daba gracias a Yahvé por haberte contemplado en mis brazos como gloria y redención de Erezt, Israel.
Herodes Antipas, colabora con los romanos en la persecución contra los vencidos. Temían mis padres que, me ocurriese a mí, lo que a otros niños, en Judá fueran degollados por esos temidos secuaces al servicio de Herodes Agripa, hijo de Herodes llamado el Grande, por su reinado que ensanchó Israel.

Mi tío Yasser, acuciado por mi padre, temeroso de los que corrían entre la población de Galilea, toma la decisión de huir con nosotros a Egipto. Barbarie que nunca tuvo lugar en Palestina.

- Allí podréis vivir tranquilos en el anonimato entre los israelitas exiliados, -dijo mi padre natural.
Le recordó, así mismo, a mi tío la obligación que tenía de cumplir con la Ley del

Levirato. De ser muerto mi padre, en los combates que se avecinaban, tenía que evitar se rompiera la línea davídica.
El destino de Palestina sería una teocracia, sin más Dios que Yahvé. Regido por un Mesías que reúna las doce tribus. Diez se mantienen diseminadas: una de ellas en lo que fue territorio de la reina de Saba, y, las otras por el resto del mundo.

Subir a Gamala, yo lo tomaba como un juego; me divertía ver en Gamala, a los soldados maniobrar a las órdenes de mi padre.

Desde pequeño, -ni lo recuerdo, salvo lo que mi madre me contó- me educaron en la ley los sacerdotes de la sinagoga de Kefar Nahum, y de la de Séforis. Nos desplazó, a mi madre y a mí, a casa de mi tío Yasser en Kefar Nahum, ya desde los más tiernos años. Mi padre se consideraba jefe, y así sabía imponerse. (Sesenta años más tarde fue jefe de las fuerzas de Galilea Flavio Josefo)
No se contemplaba como rey, por entender que, el elegido por el Señor, para ese cargo era yo, su hijo, consagrado a los ocho días de mi nacimiento a Yahvé.

Nunca quiso ser nombrado sacerdote, ni escriba, ni cargo alguno que significara cooperar con el enemigo: el odiado Imperio de Roma.
Mi madre me aseguró, que, jamás se le ocurrió a mi padre, hacerme jurar odio eterno a los romanos. Decía, eran tan enemigos éstos, como los sacerdotes del Sanedrín, del templo de Jerusalén, y, los poderosos judíos. Estos se enriquecían a costa del pueblo. Residían con ostentación en lujosas mansiones, al amparo del santuario, al cual mancillaban con sus trapicheos mercantilistas.

Mi padre se alojaba en Gamala, en lo más alto del monte al otro lado del Jordán, en campamento de vida comunitaria con sus guerrilleros. A todos respetaba como, así mismo, deseaba lo hicieran los demás. Jamás se le ocurriría arrojar a los inválidos por las altas montañas al estilo de los lacedemonios. Me enteré estando en Alejandría.

Recordaba los enormes altos de los riscos de Gamala.
Mi madre me describía, muy a menudo, como un tipo alto, de faz quemada por el sol, de nariz aguileña. Ojos vivos y pelo, que le cubría la espalda. De color negro, como yo. De fuerte carácter y recia complexión. Seguro de sí mismo y de una voluntad férrea, se hacía, no obstante, querer por su gran corazón: amante del prójimo. Ayudaba dentro de sus posibilidades a quien lo necesitara. Rechazaba con malos modales a los que se consideraban magos, videntes, precursores de mesías y de todo el que con mil artimañas pretendía equivocar al pueblo.
Conocía lo que le ocurrió al rey Saúl cuando recurrió a la hechicera.

De los sacrificios hebreos en esos primeros cinco años de mi existencia, tengo grabadas en la memoria las carreras y persecuciones que se originaban en Kefar Nahum, así como en Kinneset. Más tarde a esta ciudad reconstruida, se dio el nombre de Tiberia, en honor al emperador romano, Tiberio.

En las fechas de la rebelión del Censo, purgaban su bravura y patriotismo Era terrorífico ver los cuerpos de infelices zelota, expuestos a ambos lados de la calzada, Sus cadáveres se consumían en el tablón, o árbol.

Exhibiendo en los caminos para escarmiento de los demás. , Terroristas les calificaban, y asesinos, sicarios o forajidos; cuando en realidad eran patriotas. Nunca usaron el Sica, puñal pequeño que se escondía entre la ropa, pasando inadvertido.

No hubo noche que no apareciesen los sayones romanos registrando viviendas. De nada servían los lloros y súplicas de las mujeres, ni el lloriqueo desgarrador que, los niños provocábamos. Agarrábamos los faldones de nuestras madres, todos llorosos, con los mocos asomando por las fosas nasales. Excitados por el disgusto que se llevaban nuestras madres. Suplicantes ante fieros mercenarios del crimen, del ejército romano.

Insensibles individuos, inhumanos, arrastrando a los infelices al lugar del suplicio, pese a su resistencia.
+Los mortecinos ojos de los ajusticiados aún podían percibir en la lejanía el esplendoroso cielo, cuyos resplandores de amanecer se vislumbraban nítidos en el horizonte. Quizá en sus agonías percibieran en un cúmulo de nubes a Yahvé, al Dios de Israel, que les recibe con los brazos abiertos, como hijos predilectos, cumplidores de sus mandamientos. Y presumirán que el dios de los ejércitos israelitas triunfará sobre sus enemigos. Verán a su diestra a Moisés, con las leyes bajo el brazo. De las torturas quedó grabada en mi espíritu la imagen que, contemplé estando cobijados en casa de mi tío

Manasés. Allí estábamos con mi madre, mi tía Anabel prima de ella, y Jonathan, mi primo. Cuando ejecutaron a mi tío sin miramientos. Acusaban falsamente de zelote. No lo era pero, además, su edad ya no le permitía muchos trotes. Fue, no obstante, uno de los valientes que se resistió hasta el final.

Cuatro mercenarios tuvieron que doblegar a golpes, aquel cuerpo enflaquecido y debilitado por los años, y arrastrado hasta el poste de tortura.

Los gritos desgarradores de mi tía Anabel y los lloros angustiosos de mi joven madre, compasados con los nuestros, servían de contrapunto a la tortura que mi tío recibía. Su muerte fue rápida por haber dejado colgadas las piernas, sin un punto de apoyo de los pies.

Para prolongar el sufrimiento de la crucifixión, los malvados torturadores ponían un tarugo para los pies de la víctima. Cuando tienen lugar varias ejecuciones atan los brazos de los ajusticiados al madero horizontal con cuerdas. Los clavos, caso de poner para mayor martirio, los hacen pasar entre los dos huesos de la muñeca y a través de los pies.

Los clavos no pueden ponerse en la palma de la mano, debido a que éstas no pueden soportar el peso del cuerpo.
No cabe duda que este crimen, llevado a cabo sobre un sacerdote de Galilea, como era mi tío, significaba una agravante a considerar: nocturnidad, premeditación, alevosía, y atentado contra las leyes divinas de Yahvé. En el Sanedrín, por estos motivos, sería el sargento de los sayones inculpado y penado con la máxima condena: lapidado.

Éste podía alegar obligada obediencia como atenuante, nunca eximente del crimen.
Mi madre no permitió saliera de casa, por no contemplar la atroz agonía de Manasés. Los horrores de la crucifixión se repiten día a día.
La sed, el pundonor de los mártires, la pérdida de sangre, la opresión sobre los pulmones, la falta de irrigación sanguínea en lugares tensos como las extremidades, lleva a una muerte horrorosa reservada para los ladrones, criminales, esclavos y aquellos que fueran considerados peligrosos para el poder instituido por Roma. La muerte cuando era rápida, en estas ejecuciones, significaba una liberación.

Nunca llegué a contemplar en mi infancia, y si en mi juventud, y aún hoy, las filas de maderos con los guiñapos humanos colgando, a todo lo largo de la calzada romana de Kefar Nahum a Tiberíades.

Los tienen de un sólo palo donde se consuma el sacrificio; otros sostienen cruzado un segundo palo en forma de cruz, y los que más un pequeño árbol, de los que colgaban a los patriotas. Como macabros muñecos se columpiaban mecidos por el viento. Y, aquellos otros crucificados como imágenes incrustadas sobre la madera en posición grotesca, con sus partes íntimas al aire, a la simple contemplación de los caminantes; para quienes el triste espectáculo debería servir de ejemplo y escarmiento. Pues pese a ello no se arredraban los patriotas.

Para mayor martirio dejaban a los familiares asistir en los últimos momentos, cuando ya no había remedio.
Horrible agonía de sed y terrible tormento viendo cara a cara la muerte. La agonía y los sufrimientos se duplicaban por el dolor moral que les produce contemplar a sus familiares. Era una gracia poder enterrarlos, y, no dejarlos expuestos a la voraz ave carroñera, como acostumbraban los romanos dejar a sus víctimas.

Por temor de caer en manos de los sayones, mi tío Yasser se encontraba escondido y me describía, por el Sinaí, con demostraciones exageradas de espanto.

También me habló de Tiberíades, donde según me dijo, se arruinan sus baños termales, de fama en toda Galilea. Ya nadie va a hacer una cura de salud, donde a lo más se puede encontrar con un palo sobre el cual le cuelguen.

Me horrorizó en mi juventud cuando me lo contó Yasser, sin haber sido testigo. Así de boca en boca fueron transmitiendo de generación en generación nuestra historia hebrea.

Quedaban las víctimas sin vigilancia y los familiares o amigos podían descolgar, y, salvarlos de la horrible muerte; siempre y cuando no hubieran sido atravesados sus costados por las lanzas de los sayones.
Medida ésta humana para los condenados a morir, pues al menos les evitaban los tremendos sufrimientos en su agonía.
Quedaban inútiles para valerse por sí mismos: Las piernas destrozadas, los brazos maltrechos y el cuerpo desvencijado o poco menos.

Mal hecha la pieza del tormento, en la mayoría de las veces, los condenados quedaban colgados como retorcidos peleles, con muecas asombrosas. Los cuerpos sanguinolentos por los destrozos hechos sobre ellos con las astillas de los maderos toscamente formados y sin lijar.

Nunca aparecía algún ciudadano de Roma, colgado de un madero. Esos martirios quedaban reservados a los extranjeros. El Senado romano mantenía la prohibición de ejecutar de esa forma deshonrosa a sus propios ciudadanos o acogidos a su ciudadanía. Hubo israelitas que, por circunstancias de servir en el ejército romano los concedían la ciudadanía romana. Quedaban bajo la tutela del emperador. Se acogían a su juicio, cuando eran apresados por algún motivo y de esa forma en su mayoría salvaban la tortura.

Siendo ya un mozalbete, me contaron los martirios del pueblo hebreo, que no cesaban.
En ocasiones los guerrilleros luchaban con las mismas armas que quitaban a los mercenarios de las fuerzas invasoras.

Grupos de zelota bajaban del pico de Gamala, o pico de águilas. Fueron ocupando aldeas, ciudades, y lugares poblados, arrojando a los administradores designados por Roma. Estos cobraban los impuestos al pueblo. Los guerrilleros les castigaban severamente. Consideraban traidores.

Quedaron sin habitantes muchas casas de Kefar Nahum, y alrededores; tal ocurrió en Tariquea, del griego tarischos, salazón; donde sus peces salados son célebres en el Imperio romano. Los pobladores abandonaron todas sus propiedades. Refugiados en otros lugares de Palestina y emigrando a países lejanos en busca de refugio y protección.

Nada hacía presumir que cesara aquel martirio de persecuciones, de revueltas, de clamores públicos contra los invasores. Existían muchos traidores entre los más poderosos judíos. Entre ellos, Ananías, los hijos de Herodes, Caifás, y tantos otros.

Mi joven madre y tía Anabel con más experiencia, se condolían mutuamente de la desgracia. En su día, fueron felices. Intercambiaron novedades con los embarazos y afortunados alumbramientos. Coincidentes en el día, de mi primo Jonatán y mío. A mi madre, aún una niña, le encantaba prestar atención a mi tía, tan experimentada en el acto sagrado de traer al mundo un ser. Los consejos que recibía asimilaba bien. Desde el primer momento se dedicó a los ejercicios, a la limpieza corporal, a estar atenta a cualquier movimiento que dentro de su vientre hiciera yo. Cuantas veces me lo repetía con una ilusión infinita. El trato con mi tía era familiar y privativo de la mujer hebrea. En épocas propias de ellas se necesitan mutuamente. Similitud y coincidencias que solamente el tiempo y la lejanía fui distanciándome con Jonathan.
Así discurrieron cinco años de mi infancia en Palestina, hasta que huimos en busca de refugio ante la ferocidad desencadenada por Roma y compasada por los judíos.
No obstante, aquellos angelicales años los recuerdo dichosos al lado de mi madre, y de mi tía Anabel. En particular con mi primo Jonathan, con quien jugaba todos los días con los chicos de mi edad del barrio de Kefar Nahum: Simeón, Ezequiel, Matatías y más. Mi madre me acusaba con la humildad que le caracterizaba: era crío muy trasto. Un niño feliz, constantemente yendo de un lado para otro. Entretenido en armar unos juguetes que mi tío me construía en su taller artesano.
- Eso es señal de que disfruta de buena salud, -decían a mi madre, las vecinas.
-Con mis amigos del pueblo jugábamos, pese al triste ambiente que se respiraba, a la perino y a la peonza
Mi tío los hacía en su taller. Al propio tiempo, nos iba explicando que nuestros antepasados tuvieron que imaginarse este juego para despistar al enemigo seléucida, contra el que se rebelaron hace 175 años. Tenían prohibido leer el Tora, de tal manera que, al aproximarse el enemigo simulaban estar jugando.
El carácter del niño se le conoce en el juego. Es una forma de instrucción, para la vida futura. Por este motivo me entretenía en las escuelas de las comunas para conocer a los niños.

Nos formábamos en la lucha con mamporros. Me instruía en la oratoria con discusiones constantes con mis amigos. En conversaciones con personas de rango superior. La renuncia al bien propio nos hacemos hombres, caritativos, y, justos. Con la práctica se llega a ser buenos médicos, restañando la sangre de los que se han herido de verdad. O jugando a sanos y enfermos, como hacía con mis amigos de Jereoke. Egoístas cuando tendemos, de continuo, a apoderarnos del juguete del amigo. Se hacen buenos sacerdotes, los que prestan de niño atención en la sinagoga. Disciplinados a sus mandos.
Para conocerles no hay más que observarles: el hombre, macho o hembra, descubre inconsciente sus defectos en el juego. Les observaba, con discreción, durante los pasatiempos, y me gustaba discernir el futuro que cada uno podía tener.

Antes de llegar a Egipto, nos enteramos del triste suceso. Mi primo Comunicó a mi tío, Yasser, cerca de Arbela, cómo, cuándo y la forma en que fue hecho preso Judas de Gamala, tal como era conocido mi padre entre sus correligionarios y compañeros de armas. Yo apenas comprendí la magnitud de la pérdida de mi padre. Mi madre se llevó un disgusto fenomenal. Quedó sin comer varios días sumida en la más profunda tristeza. No era para menos.
Se querían mucho, se respetaban y se apoyaban en sus pretensiones. Apenas llevaban unidos cinco años. Mi padre natural me adoraba. Tan pronto como podía librarse de los compromisos, que su destino le imponían en el "pico de águila", se desplazaba a Kefar Nahum, para vernos.
En sus brazos me retenía clavando en mí sus ojos de mirada limpia que, contrastaba con el aspecto brusco de un guerrero.
Muchas veces me repetía.
- Tú eres Joshua, el Esperado. Tu salvarás a Israel.
Nada podía entender a mis escasos años; pero me imprimía confianza su fortaleza. La presión que sobre mi cuerpo ejercían sus manos me colmaba de alegría y pateaba lleno de gozo infantil, al sentir el fuerte apretón de sus brazos.
La persecución romana de zelota, guerrilleros, se fue incrementando intensamente. Los duros combates iban a desencadenarse sobre los pueblos de Galilea.
Huida.
Fue tanta la insistencia de mi padre para que emprendiéramos rápida huida a Egipto que, Yasser, no lo dudó. Tomó a mi madre, a mí, al burro, y, escasos cuatro enseres. En las alforjas llevaba comida para varios días: pan de higos, pasta de leche, almendras, alfóncigos y otros frutos y algo de pescado seco del lago de Galilea.
Iniciamos larga peregrinación por caminos llenos de peligros. Caminábamos por las noches, salvando los lugares donde las legiones romanas acostumbraban a acampar. Eludímos a los esbirros de Herodes Antipas. Del otro Herodes tetrarca de Judea; perseguidores irrenunciables de los retoños de la estirpe de David.

Llevábamos con nosotros carta de recomendación para unos hebreos egipciacos, lo que se suponía nos acogerían y esconderían, caso de existir peligro de ser identificados. Pero como el hombre cambia con facilidad sus comportamientos, ya veremos los sufrimientos que pasamos en nuestra estancia en el don del Nilo.
La huida a Egipto, en el momento oportuno, fue la mejor medida que pudieron llevar mis padres para defender mi integridad física y mi formación intelectual.
- Seguimos el camino de la costa, hacia el mar grande, -oí a Yasser.
Hasta llegar a Arbela, nuestro caminar fue muy lento y lleno de precauciones. Yasser no emprendía el viaje hasta no estar seguro. Esperábamos que se pusiera el sol para iniciar el camino. Al salir el astro rey nos refugiábamos en lugares que parecían más seguros. Yasser montaba la tienda para cobijarnos en ella. Consistía en unos palos y tela puesta encima. Protegía el cuerpo y la cabeza pero los pues quedaban al descubierto. En otra ocasión aprovechó una oquedad en la peña capaz de cobijarnos a mi madre y a mí. Él se cubría con unas túnicas y se tumbaba a la entrada de la gruta.
En varias casas nos dieron protección, con la hospitalidad que caracteriza a mi pueblo. Sin conocernos no pretendieron saber más allá de lo que revelamos. Los compatriotas nos recibieron con grandes muestras de afecto. Yasser no demostraba tener mucha confianza. Procuraba no dar contestación a las preguntas de dónde éramos y a dónde íbamos. Respetaban la intimidad. Mis padres temían que, algún partidario o informador judío descubriera nuestra identidad. Muchas familias se desplazaban huyendo del acoso a que nos sometían las huestes romanas.
Ya nos encontramos a las orillas del mar interior, al cual los griegos dieron el nombre de Mediterráneo, por estar entre las tierras, al mediodía de Grecia.

Al sur de Tiro una caravana de traficantes de la seda, camino de Egipto nos acogió. Favorecía, dado el peligro de caer en manos de los sayones romanos. Oído por mí muy a menudo quedaron grabadas en mi memoria.
Alcanzamos Gaza, donde los comerciantes montaron las tiendas en sus afueras. Acudía la población a visitarlos atraídos por los artículos que exhibían. Compraron productos alimenticios: agua en particular, para seguir por terrenos esteparios y desérticos. Decían que la sed del desierto es el mayor enemigo del caminante.
Pasamos cerca de Cesárea, de la región de Samaria, campamento habitual de las legiones destacadas en Palestina, donde mantenía su palacio el gobernador. Alcanzamos Joppe en Samaria; con gran temor salvamos.
Sólo las caravanas, provistas de camellos o dromedarios, y burros bactrianos, pueden atravesar los desiertos peligrosos. Parajes que atraviesan desde que salen de su punto de origen: Las proximidades del río Indo y las tierras de Sédica.
Temían los desiertos por estar dominados, -según la leyenda- por los difuntos, los leones y las hienas. Lo que nunca vimos pese a los viajes de ida y regreso que hicimos. Habitados por beduinos, oriundos de Araba. Practican la ganadería ovina, y viven sobre la arena: Bárbaros, famélicos, -decían los caravaneros- con los que había que contender por los pozos de agua.
Caminantes que tenían vida comunitaria. Dadivosos y solidarios. Nada tienen para sí. Todo lo reparten, nada les aprovecha comer si no lo haces tú. Gozan de una gran hospitalidad.
No hay extranjeros, no hay tuyo y mío, la patria es de todos: el amplio espacio, el cielo azul, las noches gélidas, los días con un sol abrasador; el pan, el agua y todo cuanto tienen reparten entre todos, como si su vecino fuese de su misma etnia y tribu.
Un samaritano se le ofreció a Yasser para ayudarnos con su experiencia por territorios carentes de agua y lleno de penalidades. Le agradeció con toda el alma su acción amistosa.
¡El ofrecimiento llegó, nada menos, que de un samaritano! -Decía a mi madre: un pecador, según las enseñanzas recibidas en las asambleas de Galilea. Por eso era de agradecer el gesto de humildad y afecto del desconocido viajero.
Esta pareja de samaritanos se unió a la caravana en Sabate capital de Samaria, reconstruida por Herodes el Grande. Les exigieron la cuota en igual cantidad que aportaron los demás desde el día que se reunieron en Petra. Fue el primero en ofrecernos agua, en un momento débil por mi parte. Tenía mucha sed y sin respeto pedí agua a mi madre, de manera que me oyeron. Nunca olvidé el buen trato recibido del samaritano.
Doce años contaba yo cuando mi tío recordó el gesto del samaritano, que les dejó desconcertados. Comportamiento tan noble y desinteresado, que agradecieron mucho, por mí. Traje a colación una parábola oída en la sinagoga:
Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó entre ladrones, que lo despojaron, lo hirieron y se alejaron dejándolo medio muerto.
Un sacerdote bajaba por aquel camino, lo vio y pasó de largo. Igualmente un levita que pasaba por el mismo lugar, lo vio y, tomando otro camino, pasó de largo.
Mas, un samaritano que iba de viaje, llegó donde él y, al verlo, se llenó de compasión; se acercó, le vendó las heridas, derramó en ellas aceite y vino; lo montó en su cabalgadura, lo llevó al mesón y cuidó de él.
Al día siguiente sacó dos denarios y se los dio al mesonero, diciendo: Cuida de él y lo que gaste de más yo, a la vuelta, te lo pagaré.
¿Quién de los tres te parece que fue el prójimo de quien cayó entre los ladrones?
Yasser contestó: El prójimo sin duda es el que se apiadó de él.
Mi madre tenía dieciocho años, y mi tío cuarenta, y yo cinco años, próximo de los seis. Mi madre se casó con trece años huérfana de padre y madre con Judas Ben Jacob, Estuvo recogida por la sinagoga de Séforis. A esa edad según la costumbre hebrea, tenía que abandonar la protección de la institución religiosa y emprender vida de adulta. Con esa edad una mujer se enamora fácilmente de su marido. Tal era el respeto y cariño que mi madre sentía por Judas.
La tristeza embargaba su espíritu, por el largo camino hacia Egipto.








Por el Sinaí.
Otra caravana de camellos venía de poblaciones ribereñas del Indo, con productos para intercambiar. Tuvimos la suerte de encontrarla en las llanuras de Sarón, cerca de Joppe. La seda llega de Sédica, o sea, de unos territorios más alejados del río Indo. Nos recibieron con grandes muestras de afecto. Gentes abiertas, muy dadas a entablar amistad con el interlocutor. Dieron muestras de ser fieles cumplidores de la ley del desierto. Formaron un sólo grupo de caravanas. Establecieron normas que rigen desde tiempos lejanos los comportamientos en comunidad.
Entablaron conversación mediante el arameo que hablábamos también nosotros. Miraban el firmamento azul. Comentaron la constelación cuyas estrellas forman la imagen de un guerrero. Gigante cazador, llamado `por los griegos Orión. La más espectacular del cielo. Alguien dijo: Artemisa la diosa de la caza, invitó a Orión, con tan mala fortuna que Artemisa disparo y por error le mató. Acongojada Artemisa le llevó al cielo. Yasser razonó: los judíos, seguramente asocian Orión con el gigante Nemrod. Fue castigado por su insolencia con Yahvé pretendiendo construir la Torre de Babel. Por ello, consideraron era una locura insultar a Yahvé y llamaron a la constelación El loco, según narraban los sacerdotes en la Asamblea de Séforis.
Los integrantes en la caravana aplaudieron el relato de mi tío.
Entre ellos encontramos ocultación y seguridad. Cambiamos el ropaje, adaptándonos al que llevaban ellos.
A un caravanero cedimos el jumento, quien aligeró el peso de su caballo, con aportación del asno. No tardaron en devolvérnoslo para nuestro servicio, compadecidos de lo terrible que resulta a mi madre ir caminando por aquellos terrenos.
Obligados pasamos cerca de Hebrón. Los guías se hicieron con ciertos productos necesarios para continuar el camino por el desierto del Sinaí.
En Hebrón se encuentra la tumba de Abraham padre de Israel. No pudimos visitar por los temores que nos acucian. Después de muchos días alcanzamos Gaza. Dejamos atrás Yamnia, Azote y Ascalón, a la altura de la ciudad santa de Abraham.
En la ciudad de Gaza nos detuvimos nuevamente. Nuevos trueques de mercancías y aprovisionamiento de agua, dátiles y miel.
Pagó, Yasser, la cuota de la comunidad, con el trabajo. Carecíamos de valores con los que aportar cuota alguna. Dado que era un excelente artesano, arregló atelajes de los dromedarios y equipos.
Contemplé las ruinas de un templo de los filisteos destruido por el judío Sansón, que según mi tío, entre sus ruinas perecieron junto con él más de ocho mil filisteos, enemigos de Israel.
Con el fin de hacer más llevadero el largo trayecto, se habla caminando.
- Tomamos los senderos, -me dijo mi tío- por donde Abraham, procedente del río Tigris, de un lugar llamado Ur, vino a las tierras fértiles del Nilo, en busca de buenos pastos para el numeroso ganado. En la actualidad Egipto y Palestina han sido declaradas provincias romanas, según tengo oído al sacerdote de la sinagoga. Egipto nutre a Roma de granos, de las riberas del Nilo.
Preguntaron que quería decir aleluya, oída esta palabra a los pueblos de Palestina.
Mi tío les indicó que Aleluia significaba Alabado Yahvé. Palabra griega, que en hebreo es Hallehujah. Alabado ya.
Los vientos en el desierto son para temblar. Levantan la arena con la que cubren animales, personas y enseres. Los caminos desaparecen, siendo de temer la falta de orientación que puedan producir en los viajeros.
Tienen que despejar, los caminos por el desierto del Sinaí. En ocasiones ciega el viento, y, no se ve con claridad, haciendo muy pesado el transitar. Los caravaneros tienen que asegurarse del terreno.
Torbellinos enormes de polvo y arena cubren las huellas del paso de caravanas anteriores. Se pierde el camino con gran facilidad. Riesgo de padecer de espejismos, viendo uadis y oasis donde no existen. Contratan guías para este menester.
No tienen mucha prisa en llegar a Egipto. Nos parece a nosotros, por la impaciencia que tenemos en llegar a Egipto. Prefieren caminar con cautela. Los terrenos son peligrosos. Al llegar la noche o cuando se encuentran un uadi, o un oasis, rápido el grupo para. Repone fuerzas. Se toman la infusión. Dejan la hagan los árabes.
No paramos en lugares inhóspitos.
Al entrar en el desierto con el ígneo sol, se reunieron los comerciantes. Decidieron viajar de noche, al frescor de la misma. Descansar por el día bajo las lonas que extienden rápidamente.
El día quizá es más peligrosa para ir por aquellos territorios. Cantidad de bandidos infesta los lugares.
Al anochecer iniciábamos la marcha, y, nos deteníamos al próximo amanecer. Dicen, es más fácil durante la noche, la defensa del grupo, atento al peligro. Las siluetas del enemigo se vislumbran a grandes distancias a la luz de la Luna. La caravana en posición de defensa, agazapados, pasamos más desapercibidos. Mejor preparados para estas circunstancias, están ellos.
Pasada Gaza, un grupo de bandidos nos atacaron matando a un camello de los mercaderes de la seda, procedentes de Sédica.
Mi madre pasó mucho miedo, temiendo fuera secuestrado yo para vender a los judíos. Siempre estábamos pensando en el peligro.
Los beduinos nómadas, conocen perfectamente los desiertos del Sinaí.
Generalmente, su vida es diurna para aprovechar la noche como descanso para sí y sus familias.
El nomadismo no se sujeta a un ritmo estacional. Siguen ciertos desplazamientos constantes en determinados ámbitos geográficos. La base alimenticia del ganado cambia de lugar, según la localización de las lluvias. La trashumancia consiste en aprovechar pastos de montaña y llano según la estación. Luchan por los pozos de agua, uadis, o por los oasis; pero no son bandidos.
Nosotros evitamos el sol. Con sus ardientes rayos incide de tal forma sobre la arena, que abrasa.
El aire está enrarecido y ardiente. El viento dificulta la respiración. Arroja contra la cara o partes descubiertas del cuerpo los granos de arena. Flechas de fuego. Formamos campamento en círculo, para descansar. Los bandidos pululan por aquellos territorios en busca de descuidados viajeros a quienes el sol agotador les debilita en su defensa.
Reunidas las caravanas con los animales en círculo y los guías en el interior: se defienden del ataque de aquellos salvajes de las dunas.
En ocasiones llegan a producir la muerte de alguno de estos incautos viajeros. Rezagados del grupo, o cubriendo una necesidad. Los mercaderes van armados esgrimiendo terribles armas de brillantes filos. Cortaba un hilo al aire.
Dicen los guías de las caravanas en el paroxismo de su confianza: los bandidos pese a conocer aquellos andurriales, "nos temen".
Íbamos reunidos en grupos, caminando en fila; en ocasiones alcanzamos bastantes medidas. El verdadero enemigo en el desierto, es la sed. No se encuentra un pozo, varias medidas a la redonda, y menos ríos o charcas donde beber. Ante la dureza del lugar las provisiones tenemos que repartir con cautela. Los mercaderes amables racionan el agua.

¡Mucho he de agradecer sus atenciones! Creo que sin su ayuda difícil nos hubiera sido llegar a Egipto.
Llevan meses desde que salieron de sus pueblos y aún tardarán cerca de un año en volver a alcanzarlos de regreso. Comentaban los mercaderes que, Egipto fue la parte más rica del mundo durante miles de años.
Los negocios realizan en la clandestinidad. El Estado de Egipto tiene el control de la producción del oro.
Vienen con sedas y productos manufacturados. Por el procedimiento del trueque, consiguen piedras preciosas primorosamente trabajadas; artículos de orfebrería y oro. Algún polvillo, pues sabido es que el rico metal aurífero está considerado como "carne de los dioses".
Los comerciantes con el trueque de telas de seda, de laca, de jade y otros productos ricos de sus países, filamentos sutiles para la joyería: ágata, ónice, amatista y otros metales. Minerales de gran riqueza, en un país próspero en joyería. Con unos artesanos orfebres muy considerados en todo el mundo.
Dicen muy reservadamente que unos gusanos producen los hilos necesarios. Es novedad para las egipcias, quienes se entusiasman con las telas. Durante el trayecto por los desiertos, mi madre tuvo en sus manos. Maravillada quedó de la suavidad de las telas.

Le regalaron un pañolón. Lo conservó durante toda su vida, como recuerdo del largo camino hasta alcanzar la nación más hospitalaria de las conocidas. Por la protección que obtuve yo.
Con sus ricos presentes, los comerciantes también consiguen por trueque, productos agrícolas.
El talento que perciben para pesar la mercancía es el peso de metales nobles oro y plata, especialmente esta última. En algunas ocasiones circula el cobre.
En una balanza, determinan el valor por las pesas. Las monedas romanas, griegas o egipcias, no tienen valor para traficar, en sus territorios.
--------
Mis padres observaban que en el desierto anidan las prolíferas abejas silvestres. Su miel es tan apreciada, en particular, por los nómadas. Hábitat de bueyes y asnos salvajes, y otros animales adaptados al duro ambiente. Las bestias, como son las hienas y los chacales, se ceban de carroña. Realizan una gran misión de limpieza de cadáveres en los solitarios espacios, en los que viven, también, lobos.

Por las montañas tortuosas crecen los terebintos: preciosos árboles productores de una resina olorosa.
Las aves rapaces en persecución de las serpientes, liebres y descuidados puerco espín vuelan majestuosas sobre los picos del Sinaí.
Estupendo el trato que los traficantes tienen con nosotros. No tuvieron conmigo más que atenciones. A mi madre ayudaron las mujeres, tantas veces lo necesitara. Los temores de mi madre al acercarnos, por primera vez, a la caravana, pronto se disiparon.

Las risas, es forma natural saludable. La presencia del pollino la provocó entre
los conductores. En mi tío y en mi madre produjo ira. No era para menos.
La caravana se distingue por el porte elegante de sus cabalgaduras: camellos, dromedarios, caballos y burros bactrianos. Estos grandes, fuertes y veloces. El doble del nuestro. Los adquirieron en Persia.
El cuello de los dromedarios, es largo y robusto, sobre él me apoyo sin que el animal se resienta. La cabeza carece de protuberancias óseas, como el caballo y el asno. A diferencia del burro poseen unas orejas pequeñas, aunque de gran movilidad. Durante el trayecto de regreso a Palestina, al cabo de unos años, me dijeron los guías de la caravana:
- Mira muchacho, hay dos clases de los que llamáis camellos: uno de ellos tiene dos jorobas, llamado bactriano y el otro de una giba: Es el dromedario. Sobrios, resistentes. Ayudan no sólo en el transporte de mercancías, sino que en ocasiones sirven de tiro para arrastrar un carro. Al propio tiempo proporcionan leche, carne y pelo. Los camellos tienen el cuerpo cubierto de pelo corto y lanoso, de color tostado. Si pasan hambre se comen grandes cantidades de su pelo. La giba de los dromedarios tiene gran cantidad de grasa como reserva. Aquellos que sirven para montar llamamos mehari.
--------
Les entendía mejor que mi tío y en caso de necesidad recurría a la traducción. . Me atendía con mucha diligencia, la mujer del samaritano, lo que no era del agrado de mi tío.
- Bien que los conozco, -decía mi tío- usábamos camellos y burros bien cargados, para transportar trigo a Galilea.
Me parecen enormes con unos ojos de los dromedarios, muy salientes. Los dromedarios gozan de la facultad de cerrar los orificios nasales, para impedir la penetración de arena. Las patas del dromedario son largas y finas. Terminan en dedos con una suela callosa y elástica. Les hace más aptos para andar por la arena. Las patas del asno son relativamente pequeñas, en comparación a las del dromedario.
El burro se desespera cuando le exigimos camine sobre las dunas por donde se hunde y encuentra dificultad.
Por los terrenos pedregosos o esteparios, caminan los camellos y dromedarios con dificultad. A la hendidura que tienen en la planta de los pies, se introducen chinas, que les molesta.
Los guías conducen con maestría la recua, portando los bultos de las mercancías. Algunos dromedarios llevan grandes fardos de paja como alimento del ganado.
Los camellos descansan, doblando las rodillas. Se apoyan sobre la parte delantera del cuerpo, donde poseen una amplia callosidad. Durante la marcha, me adormezco. Me acostumbré al amblar que tiene caminando el dromedario que monté. Echa hacia delante las patas delantera y trasera del mismo lado, a un tiempo. Por el contrario el pollino lo hace en cruz.
A mi tío le molesta esta ambladura. Prefiere caminar, pues el jumento nunca lo monta; durante el viaje. Quiere lo hagamos mi madre y yo.
En nuestro muy querido asno unas veces sube mi madre y yo camino, porque así lo deseo; otras fuimos los dos, pero el pobre animal acusa el esfuerzo. Se siente empequeñecido y en ocasiones me mira pidiendo compresión. Le contesto con mis ojos y la sonrisa más cariñosa que puedo hacer, para que no se sienta tan pequeño. Le queremos mucho tal como es. No le ganan en voluntariedad, ninguno de los otros.
Me colocaron los mercaderes en las monturas de estos majestuosos animales. Los veía por primera vez. Los dromedarios bactrianos, se distinguen de los de Arabá, por su tamaño. Me hace gracia como rebuznan, muy distinto a nuestro burro. Cuando lleva a cabo alguna de sus demostraciones, con aquellos enormes dientes expuestos para temor de sus enemigos. Voy cómodo sentado al donaire de los movimientos rítmicos. El movimiento que el dromedario hace al andar; me resulta más cómodo que, ir en nuestro humilde pollino. Me adormecía montado en ellos. Era motivo de chanza de mis amigos los mercaderes. También las jirafas mueven las dos patas de un lado, al mismo tiempo.
¡Cómo voy a dejar de hablar de nuestro muy querido burro! Llamarle asno, ya de entrada, como hacían ellos, me resulta muy duro. Mi querido burro, toma la palabreja de asno como insultante. Siempre en casa y en nuestra vecindad le llamamos burro:
¡So burro! ¡Anda burro! Lo de asno queda para los muy entendidos de la familia a que pertenecía. Debimos ponerle un nombre; pero no se nos ocurrió. Seguro que el humilde animal no se acostumbraría, dado los años que tiene.
Sin embargo, la palabra pollino, le era tan familiar que, con solo nombrarla da señas de su entendimiento. Mueve las orejas para orientarlas al lugar de donde se emiten las voces. Es muy inteligente mi querido amigo.
Se merecía un buen nombre, entre más rimbombante mejor, más alegre le resultaría. Lo de Rucio no hubiera estado mal y, sin embargo, no era capaz de pensar en otro más sonoro y agradable. Una vez me dijo un mercader:
- Porqué no le llamáis Herodes, por lo feo que es.
Me desagradó mucho. Tenía un rostro muy inteligente. Sonriente, bonachón de una humildad en su expresión, que era un encanto.
El cuerpo velludo de nuestra ayuda nos protege a mi madre, y a mí. Sirve de pantalla contra los vientos del desierto.
Uno bonito si se merecía, por el servicio que nos hizo. En nuestros desplazamientos, desde Palestina a Egipto y desde las mismísimas orillas del Nilo de regreso a Galilea. el asno fue fantástico. Un nombre de fantasía hubiera sido propio: por ejemplo, Cleopatra, de haber sido hembra. Otro sugirió, Octavio. Mi tío tuvo miedo que los romanos tomaran represalias.
Hay que ver lo sufridor que era, mucho más que yo; él nunca se quejó y yo dos por tres. Me lamentaba del cansancio, de la sed, del hambre, del intenso calor, de la arena que dificulta el caminar, de la arenilla que la ventisca introducía en mis ojos. Tan resistente y cumplidor. Siempre esta dispuesto, a caminar a la menor insinuación.
¡Amigo burro, mucho te quiero y te he querido!
Fiel amigo del hombre, siempre en condiciones para servir a tu amo en tantas cargas haya que realizar.
¡Cuantos cayeron reventados por la insensatez de sus dueños, sometiéndolos a duros trabajos y caminatas insufribles!
---------------